Muchos dicen que lo peor que les podría pasar sería quedarse ciegos, eso es porque no han sido ciegos de nacimiento como yo. Para alguien que ve, la oscuridad puede ser su mayor problema pero para alguien que jamás vio nada, lo peor que le puede pasar es enamorarse en silencio de una voz y no encontrar el valor para darle a conocer el dictado de tu corazón.
Fui ciego desde que nací, ahora tengo treinta años y me gusta decir que mi vida es azul. Sí, sé que la gente que ve dice que su vida es gris cuando es triste o apática, pero para mí, ¿qué importa el color si jamás sabré diferenciarlos? Así al menos me hago el interesante. Cuando era pequeño, mis padres me llevaron a los mejores oculistas y oftalmólogos que podían permitirse para ver si recuperaba la vista, fueron muchas operaciones pero nada sirvió para ayudarme. Sigo sin ver colores.
Hace unos años me hicieron la última operación, decían que en esa recuperaría la vista de una vez por todas, pues bien, aún estoy esperando recuperarla. He sido un fracaso para todos los médicos que me han operado, pero es que conmigo no se podía hacer nada. Siempre he estado acompañado de un perro guía y de un bastón. Sólo ellos y mis padres han estado a mi lado durante toda mi vida, no me ha hecho falta la ayuda de nadie más para sobrevivir el día a día. Ni siquiera otros chicos invidentes han estado a mi lado, ni cuando aprendí a leer braille en aquel colegio. No me ha importado nunca.
Ahora la fin he encontrado un trabajo, siempre estuve receloso a hacerlo, pensaba que podría solo pero me equivoqué. No, no soy un gran abogado, ni médico, como a las madres les gusta; ni siquiera trabajador de mono azul. No, soy vendedor de cupones de la ONCE en una esquina de mi ciudad. Trabajo solo, y no, tampoco tengo miedo a que me roben o me timen, estoy encerrado en un pequeño puesto, y tengo la regla de que antes de dar el cupón, he de coger el dinero. Y si son billetes comprobarlo con una máquina especial si son verdaderos o falsos. Y cuando llega la hora de cerrar, viene mi padre a recogerme y ayudarme con la recaudación. Esa es mi rutina.
Tal vez alguien pueda pensar que es un trabajo aburrido y monótono, que sólo estoy aquí porque no puedo aspirar a más. La verdad es que se equivoca, he estado trabajando en otros lugares, he estado ayudando a otras personas invidentes como yo, pero llegué a darme cuenta de que hasta en las personas con discapacidad intentan pisarse unas a otras. Sí, discapacitados, no me gusta eso de con capacidades especiales, porque no es cierto, somos discapacitados para algunas cosas, igual que muchos de los que se creen mejores no pueden hacer otras que nosotros sí o la mayoría de los capacitados. Todos tenemos alguna restricción en nuestra vida, más clara o menos, pero la tenemos: todos somos discapacitados. No todos pueden escribir poemas, por ejemplo. O ser astronautas.
Si finalmente estoy en este trabajo es porque me gusta, porque aquí sí puedo despegar mis alas, aquí puedo darle algo más de color a mi vida gris. Ninguno de vosotros sabrá jamás qué se siente al enamorarse de una voz, como me ha pasado a mí. Sé que podréis pensar que os miento y sí podéis hacerlo por teléfono, pero os juro que el sentimiento no es el mismo, además en vuestras vidas está la opción de que os conozcáis o podréis ponerle los ojos y la boca de vuestra ex pareja, la nariz de aquel actor que tanto os gusta… Yo sólo puedo imaginar su cuerpo con imágenes que nunca contemplé.
Es algo difícil de explicar lo sé, pero es amor. Y el amor no se explica.
Oigo su voz todos los días, la oigo pasar con sus compañeras de trabajo, porque ella trabaja en una gran empresa, en la planta séptima. Trabaja en el departamento de relaciones humanas, su pelo es castaño y su mirada azul como el cielo. Sus labios son rojos como el fuego del infierno. Su cuerpo está perfectamente dibujado. Al menos ella es así en mis pensamientos, en mis sueños. Sin haberlo visto jamás siempre me gustó el pelo castaño, marrón. Realmente no sé dónde trabaja, pero me gusta imaginar que lo hace en ese lugar.
Si no fuese ciego, algún día podría preguntarle, invitarla a una copa, acariciar su rostro, y comprobar que estaba en lo cierto. Pero eso no podrá ocurrir nunca. Ni siquiera me ha comprado un cupón, sólo he oído su voz al pasar por la calle. Apenas puedo distinguir su aroma entre el de sus compañeras, pero sé que el suyo es el más dulce de todos.
Si no fuera ciego, le propondría conocerla lejos de estas calles, en su habitación, en la mía. Recorrer con mis manos su cuerpo. Pero sé que por ahora, y para siempre, sólo podré hacer eso en mis sueños. En esos sueños en los que puedo ver, en los que ella me ve. Pero siendo ciego, sólo me queda esperar que se acerque a comprar un cupón, a que un día pasee sola y pueda sentir su aroma muy dentro de mí.
Siendo ciego sólo me quedan los sueños.