Hacía pocos meses que había llegado hasta aquel bloque de pisos, mi familia siempre había vivido en el otro lado de la ciudad, en el lado sur, y ahora, yo me independizaba en el norte. El piso cuando lo vi me gustó demasiado, no sabría la razón de porqué fue así, pero me enamoró, tenía algo mágico; por eso, a pesar de la crisis me decidí a comprarlo como fuese. En el banco, al principio, no estaban muy dispuestos a darme la hipoteca, pero, en cuanto les dije quienes eran mis padres, y que firmarían como avales cedieron.
Aún hoy, en la noche, en la soledad, en la espera, recordaba cómo fue aquella mudanza en la que se perdieron algunos recuerdos, o eso decían los transportistas que se perdieron… pero daba igual, podría crear otros nuevos. ¿Quién necesita recuerdos? Crearé otros… Y eso es lo que estaba intentando hacer desde que llegó. La primera noche que estuvo allí hizo una pequeña fiesta para celebrar que había llegado, invitó a pocos amigos, pero menos fueron. También invitó a sus nuevos vecinos, y también fueron pocos, sólo una vecina de pelo rubio y ojos claros, parecía del este de Europa, pero a la vez parecía española, y por su acento latina…
Pero, en aquel momento allí quedó su encuentro en unas pocas palabras y un par de sonrisas, él estaba pletórico por haber llegado a la casa de sus sueños, y ella, estaba distraída de la rutina de siempre, como decían Barón Rojo, grupo que no dejó de sonar en toda la noche, y semanas después sería la banda sonora de sus recuerdos… Tras aquella noche, que acabó al amanecer del día siguiente, empezaron a nacer sus nuevos recuerdos, su nueva vida…
A pesar de que el banco no quiso darle la hipoteca él era un chico trabajador que trabajaba de 8 h. a 20 h., de lunes a viernes, la misma rutina… los mismos compañeros desagradecidos, y el mismo jefe egocéntrico que no tenía mayor mérito que haber nacido hijo del director de la empresa. Pero, su mundo estaba dispuesto a cambiar. Hacía varios años que había cortado con su chica, ese era un motivo por el que quería dejar atrás el sur de su ciudad, ella vivía allí.
Los primeros encuentros con sus vecinos eran fugaces, tan fugaces que ni siquiera se saludaban, excepto aquella mujer de pelo rubio; Tarja le dijo un día que se llamaba. De padre finlandés y madre española, de pequeña se había ido a vivir a Bahía Blanca. Y ahora estaba de nuevo en España con su hijo y su marido… y eran felices, o eso le dijo... Pasaban los días y misteriosamente coincidían más: Primero fue al llegar del trabajo ella llegando de la compra; luego, todos los días igual; empezaron a coincidir a las ocho de la mañana; a la hora del almuerzo… Y ella siempre le miraba, le saludaba y le sonreía.
E inevitablemente llegó el primer beso por parte de Tarja, él se quedó un poco paralizado, pero no pudo resistirse, y la agarró con fuerza, pero tan rápido como la agarró la soltó y separó. Hacía meses que no había tenido una relación con una mujer, pero Tarja era distinta estaba casada y con un hijo. Él se fue, pero le dijo que estuviese tranquila que no diría nada. Pasaron los días entre los dos, y no se volvieron a ver… pero cuando Alberto tenía desvanecida toda esperanza de reencontrarla, por que en el fondo le había gustado el beso, llegó ella por la espalda.
Alberto estaba entrando en su piso, y Tarja lo abrazó sin que él pudiera hacer nada y entraron en el pasillo, ella cerró la puerta antes de que pudiera verlos nadie. Y él, ya se había dado cuenta de que había sido ella la que le había empujado y por eso no gritó ni se asustó. Tan sólo quería preguntarle que quería, pero no le dio tiempo, su boca estaba siendo asediada por unos labios que le buscaban con deseo. Esta vez no podía resistirse a aquellos labios… a aquel cuerpo que le buscaba con desesperación… aquel instinto tan ansiado y que hacía recordar viejos recuerdos ya olvidados.
Ella le dijo ir a su cuarto, él cedió a la proposición, pero antes, encendió la minicadena, eligió el CD2 y buscó la canción 3, le haría el amor, pero ella tendría que mirar más allá y escuchar la letra de aquella canción:
Aún hoy, en la noche, en la soledad, en la espera, recordaba cómo fue aquella mudanza en la que se perdieron algunos recuerdos, o eso decían los transportistas que se perdieron… pero daba igual, podría crear otros nuevos. ¿Quién necesita recuerdos? Crearé otros… Y eso es lo que estaba intentando hacer desde que llegó. La primera noche que estuvo allí hizo una pequeña fiesta para celebrar que había llegado, invitó a pocos amigos, pero menos fueron. También invitó a sus nuevos vecinos, y también fueron pocos, sólo una vecina de pelo rubio y ojos claros, parecía del este de Europa, pero a la vez parecía española, y por su acento latina…
Pero, en aquel momento allí quedó su encuentro en unas pocas palabras y un par de sonrisas, él estaba pletórico por haber llegado a la casa de sus sueños, y ella, estaba distraída de la rutina de siempre, como decían Barón Rojo, grupo que no dejó de sonar en toda la noche, y semanas después sería la banda sonora de sus recuerdos… Tras aquella noche, que acabó al amanecer del día siguiente, empezaron a nacer sus nuevos recuerdos, su nueva vida…
A pesar de que el banco no quiso darle la hipoteca él era un chico trabajador que trabajaba de 8 h. a 20 h., de lunes a viernes, la misma rutina… los mismos compañeros desagradecidos, y el mismo jefe egocéntrico que no tenía mayor mérito que haber nacido hijo del director de la empresa. Pero, su mundo estaba dispuesto a cambiar. Hacía varios años que había cortado con su chica, ese era un motivo por el que quería dejar atrás el sur de su ciudad, ella vivía allí.
Los primeros encuentros con sus vecinos eran fugaces, tan fugaces que ni siquiera se saludaban, excepto aquella mujer de pelo rubio; Tarja le dijo un día que se llamaba. De padre finlandés y madre española, de pequeña se había ido a vivir a Bahía Blanca. Y ahora estaba de nuevo en España con su hijo y su marido… y eran felices, o eso le dijo... Pasaban los días y misteriosamente coincidían más: Primero fue al llegar del trabajo ella llegando de la compra; luego, todos los días igual; empezaron a coincidir a las ocho de la mañana; a la hora del almuerzo… Y ella siempre le miraba, le saludaba y le sonreía.
E inevitablemente llegó el primer beso por parte de Tarja, él se quedó un poco paralizado, pero no pudo resistirse, y la agarró con fuerza, pero tan rápido como la agarró la soltó y separó. Hacía meses que no había tenido una relación con una mujer, pero Tarja era distinta estaba casada y con un hijo. Él se fue, pero le dijo que estuviese tranquila que no diría nada. Pasaron los días entre los dos, y no se volvieron a ver… pero cuando Alberto tenía desvanecida toda esperanza de reencontrarla, por que en el fondo le había gustado el beso, llegó ella por la espalda.
Alberto estaba entrando en su piso, y Tarja lo abrazó sin que él pudiera hacer nada y entraron en el pasillo, ella cerró la puerta antes de que pudiera verlos nadie. Y él, ya se había dado cuenta de que había sido ella la que le había empujado y por eso no gritó ni se asustó. Tan sólo quería preguntarle que quería, pero no le dio tiempo, su boca estaba siendo asediada por unos labios que le buscaban con deseo. Esta vez no podía resistirse a aquellos labios… a aquel cuerpo que le buscaba con desesperación… aquel instinto tan ansiado y que hacía recordar viejos recuerdos ya olvidados.
Ella le dijo ir a su cuarto, él cedió a la proposición, pero antes, encendió la minicadena, eligió el CD2 y buscó la canción 3, le haría el amor, pero ella tendría que mirar más allá y escuchar la letra de aquella canción:
"Dame la oportunidad de mostrarte cómo soy. Ábreme tu corazón, déjame vivir en él. Tal vez sea diferente, pero no va a ser peor que la rutina de siempre… Dame la oportunidad de cambiar tu realidad… Dame la oportunidad de llegar hasta el final…"